El economista fue humillado, pretendidamente exacto, le demostraron que era erróneamente humano.
El economista está herido, la naturaleza de sus leyes se evaporó con la artificialidad de sus resultados.
El economista no ha muerto, sólo está agazapado, esperando las órdenes de sus amos para volver a escribir su literatura retórica.
El economista esta temeroso, si sus pronósticos son parapsicológicos su ciencia es cuasi teológica.
El economista imagina el suicidio, aunque con él exploten los inocentes.
El economista ya no es poderoso, pero su viejo aguijón conserva un veneno concentrado.
El economista odia a los pobres, porque son la prueba a gritos de sus frustraciones.
Desde su infierno húmedo y viscoso, procura soportar el paso del invierno de sus prédicas, argulle su retorno, llora su exilio, pero lo que más añora, lo que hace flaquear sus momentos más débiles, no es que los empresarios ya no lo consideren su oráculo, ni que los organismos internacionales ya no lo usen para la usura. El dolor que puede llegar a quebrarlo es que lo ignoren los medios, que la televisión ya no lo necesite.
Juan Chiesa
(Columna del lunes 31 de enero de 2011, Diario El Argentino)