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lunes, 29 de diciembre de 2014

TENER 70 MIL NO IMPLICA LEER UNO

70 MIL LIBROS ES COMO NINGÚN LIBRO 
El calor no pudo evitar que hoy necesitara comprar un disco rígido para hacer una copia de seguridad de todo lo hecho en el año. En los últimos tiempos los discos rígidos son el principal consumo de quienes nos dedicamos a la producción de contenidos. Miré la temperatura exterior en la tele y recordé la escena de Lawrence de Arabia, en la que el inolvidable Peter O’toole apaga con sus dedos la llama de un gran fósforo para demostrar su capacidad de resistir el dolor, hablamos de alguien que quiere demostrar que podrá cruzar el desierto.  Sin apagar ninguna llama con la yema de mis dedos, crucé desde San Telmo, primero por la calle Perú y luego por la siempre transitada Florida, hasta el oasis de la tecnología más conocido como Galería Jardín. En el local donde mis datos de AFIP ya están cargados, ingresé a solicitar el demandado disco, cuando encontré sorpresivamente una cola de clientes que reclamaban compras hechas por internet (no se entiende bien para que compran por internet si luego deben retirar la compra y firmar varios papeles que hacen del trámite algo mucho más extenso que una compra regular como la mía). Con el correr de los minutos y el avance de la cola, noté que todos partían con la misma cajita gris. El pequeño periodista que siempre tengo guardado no pudo evitar preguntar de que se trataba, cuando una vos cansada y balbuceante sin hacer mucho esfuerzo con la mandíbula, dijo algo como “elquindel”, expresión que fue acompañada de un gesto que implicaba, "obviamente sabes a que me refiero". Obviamente tratándose de tecnología no sabía de que se trataba. Resulta que el Kindle, es la marca de libro digital de Amazón, la librería virtual más grande del mundo. Recordé que en el 2009 tuve la oportunidad de participar de la Feria del Libro de Frankfurt, la más grande del mundo y era el año dedicado al libro y la tinta digital. Casualmente el mismo año se homenajeaba a China quien en su stand recordaba la invención de la tinta “china” (no la digital) y del papel y del sello, antecesor del tipo móvil. La cola finalmente me depositó en el mostrador y el pequeño periodista preguntó: ¿Cuánto cuesta el Kindle? A lo que el vendedor, respondió: ¿Cuál de todos?, sin querer entrar en detalle técnicos que igualmente no entendería pregunté: ese que llevó el último que se fue, y me contestó: ese tiene capacidad para 70 mil libros, número que resonó en mis oídos con efecto eco,  y trajo a primer plano la imagen del segundo tomo de “En busca del tiempo perdido” de Proust que hace meses me tiene ensimismado en sus páginas, cuestión que  molesta a quienes me habitúan ya que limita mi conversación al París de finales del XIX. Pensé entonces que este vendedor, como el mercader veneciano, supo traer de China la última de las mercaderías deseas, y le dije (medio pregunta medio afirmación): ¿y toda esta gente lee 70 Mil libros? Porque yo estoy leyendo un libro hace meses! (pensé en aclarar la dificultad del libro y que no se trataba de El Principito pero como en el 70 mil no se valoraban las dificultades, sino las unidades decidí acallar mi orgullosa advertencia). El vendedor demostró su sabiduría de comerciante y me dijo: esta gente no lee nada, va…nadie lee nada, lo compran por consumismo, es la pantalla más barata de todas, es más barata que un IPAD o una Tablet. Nuevamente mi orgullo de lector quiso advertirle que aún hay gente que lee, que yo conozco gente que incluso en su casa tiene bibliotecas hasta en el baño, pero claro ninguno de ellos, ni el más erudito, acopian 70 mil libros en casa y mucho menos, 70 mil libros leídos. Entonces entendí que el vendedor decía verdades, pretender 70 mil es asumir que no tengo la más puta idea de que se trata leer. A esta altura no faltarán mis conocidos amigos veganos, patrimonialistas, ecologistas, conservacionistas y profesos de algunas de las otras religiones más conservadoras nacidas en los últimos años, que me gritarán:  ¡no entiendes que se evitan talar árboles!. No hace falta saber mucho para entender que la energía y la batería del querido libro con tinta digital contaminan mucho más que los árboles que sirvieron para realizar los cientos de libros que con suerte leeré hasta mi muerte.  Una biblioteca, la biblioteca de un lector, es un mapa de su alma, de su espíritu. Esa bitácora que nos guía por sus dudas y gustos, ya que el lector que armó su biblioteca tuvo que verse obligado a elegir que libros acopiar, o supo recibir de quienes lo quieren libros regalados que hablan de cuales piensan sus seres queridos son sus intereses. Tener todos los libros implica no elegir ninguno. Los pocos libros que acopiamos en casa, fueron elegidos a conciencia, la mayoría fueron leídos y remarcados, consultados y algunos adorados. Aquellos que se nos han perdido, no dejamos de buscarlos. No dejamos de preguntar a los amigos si se los hemos prestado, porque los leímos y los extrañamos. No solo extrañamos lo escrito por el autor, extrañamos el olor de nuestros dedos transpirados en sus páginas. Finalmente para no parecer un fundamentalista vegano, propongo que, de tener que existir los libros digitales, tengan capacidades más limitadas, 100 libros pero buenos, 50 inolvidables, o aquellos 3 o 4 que siempre volvemos a leer.