Él nunca estaba en el lugar que
estaba. Pero había aprendido a vivir de esa manera. Un día me contó que su vida
era un cálculo matemático, aquel día me costó comprender la complejidad que implicaba
su vida; con vos segura comenzó a explicarme:
- Sé que me estás viendo sentado
frente tuyo aquí en un café de Monserrat en Buenos Aries, pero en este momento
mientras me miras y te hablo, estoy sentado en el risco más alto del camino del
Dragón que une Huerta Grande con el Alto de San Pedro en mi pueblo, Villa
Giardino, en las Sierras de Córdoba. Si bien mi cuerpo tuvo que irse, mi ser
está, no puede alejarse de Punilla,
camine donde camine, siempre estoy en Punilla. 10 pazos para delante o 10 pazos
para atrás. Para moverme en Buenos Aries tuve que trabajosamente superponer las
calles de una y otra geografía, por ejemplo, para llegar al trabajo salgo en Giardino de
casa por la calle Quimpes, es una cuadra hasta la ruta, mientras mi cuerpo
avanza por la calle Piedras en Buenos Aires hasta Chile, luego voy derecho por
la ruta, a la vez que por Chile en Buenos Aires, hasta llegar en Giardino a la
estación de servicio, entonces sé que llegué a Paseo Colón y así cada
movimiento debe ser calculado…
Le tomo un par de horas
desarrollar al detalle la superposición de espacios que implicaba su vida
cotidiana, porque su ser contralaba de
modo remoto, un cuerpo emigrado, exiliado en Buenos Aires.