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viernes, 26 de febrero de 2016



EL GUANTE AMARILLO

La puerta de la casa estaba entre abierta y la sintió como una invitación a pasar. Al ingresar le sorprendió ver que el gran living estaba vacío. Tanteó la perilla para encender la luz y al lograr hacerlo, levantó la cabeza al techo y descubrió que todo estaba pegado al cielorraso. Todo. ¿Qué todo? Todo lo que suele haber en un living. El pesado trinchante, los sillones, floreros, cuadros, libros, hasta la alfombra que en lugar de estar debajo de los objetos estaba tapándolos. A priori recordó sus viajes a Venecia, y pensó en algún tipo de instalación de arte contemporáneo. Luego se permitió atribuirlo a una extraña fuerza natural que había imantado todo hacia el techo, incluso imaginó a su amigo Fernando el Ingeniero explicando dicha fuerza matemáticamente. Entre tanta cosa pegada al techo se encontró con una larga escalera, la típica escalera de madera de dos hojas que se tiene en toda casa con techos altos. Obviamente al ser tan larga la escalera si bien el extremo superior estaba pegado al techo como todo lo demás, el escalón de abajo se encontraba a una altura media que le permitió estirar la mano, como quien pretende treparse a ella, o evaluar cuanto peso puede soportar y alcanzarla. Al hacerlo percibió que la misma era extremadamente liviana, de hecho sujetó el escalón más bajo de la escalera y sin ningún esfuerzo la deslizo hacía el piso, notando que la misma, carente de peso, carente de densidad, como si fuera hueca, tendía a volver a elevarse como un globo repleto de helio. Dejó que la escalera volviera, flotara libremente y manipulándola como un largo bastón se permitió tocar el trinchante y con el más suave golpeteo el mismo flotó hasta otra posición, tardó en re acomodarse, así como los globos que van buscando pegarse al techo de alguna forma, aquellos objetos que el trinchante encontró en su paso, todos flotaron en distintas posiciones hasta encontrar un nuevo lugar. Soltó la escalera y ahora imaginó a esos magos que con globos hacen formas de animales y objetos y pensó, ¿por qué habría de hacer globos tan sofisticados y tan similares a los objetos que representan? Luego observó las texturas de los colgantes y concluyó que no podían ser globos, que los materiales eran demasiado perfectos para ser una imitación de los mismos hechos en papel, hule o tela. No había escenógrafo capaz de lograr semejante imitación tan creíble y menos aún a tan poco distancia, como era la distancia desde la cual los estaba observando. De golpe dio unos pasos y sin querer tropezó con algo tan duro que el pie se resintió, lanzó un aullido característico de dolor, como quien se golpea descalzo con el vértice de algo metálico. Miró hacia el objeto en el piso y descubrió que no era otra cosa que un guante de lana, un simple y pequeño guante de lana color rojo. Entonces recordó aquella ocasión, de niño en esa misma casa, en que junto a su primo menor, hurgando en los placares de su abuela, se habían encontrado con un par de guantes muy similares a este. Uno era rojo, el izquierdo y el otro era amarillo, el derecho. Recordó que su abuela entró abruptamente al cuarto y al verlos con la caja de los guantes en la mano, se las tomó apresuradamente, la cerró, se agachó hasta la altura de los ojos de ambos y mirando en zigzag a uno y otro dijo: “Prométanme que nunca volverán a abrir esta caja”.
Se inclinó a recoger el pequeño guante rojo, único objeto que permanecía sobre el piso en lugar de haber flotado hasta el techo y descubrió que el mismo pesaba horrores. Procuró despegarlo del piso con ambas manos y finalmente logró hacerlo con mucho esfuerzo, incongruentemente el material seguía siendo lana, sentía el pelo de la lana, su grosor su flexibilidad pero el peso del objeto hacía muy difícil sostenerlo por mucho tiempo, finalmente cedió, abrió sus manos y el guante cayó produciendo un estruendo firme que atravesó la madera del piso, dejando ver a través del orificio el sótano, donde encontró apoyo no sin antes marcar el cemento alisado con su forma. Absorto por la extrañeza de la situación, se desplomó sentado en el piso, desde ese punto de vista observó al costado del cuarto, junto al zócalo, la vieja caja de los guantes. Se dirigió a ella y al abrirla en el reverso de la tapa encontró una inscripción borrosa en letras antiguas que decía: “si te aferras de manera absurda a la derecha, tu mundo se hará tan leve que todo se elevará tan alto como le sea posible, todo perderá contenido y con él su peso, de igual modo si te aferras ciegamente a la izquierda, todo será tan denso y pesado que tu cuerpo no podrá sostenerlo y terminarás hundiéndolo todo en la oscuridad del hoyo más profundo”.

Juan Chiesa
Villa Giardino, 21 de Enero 2016